Los negocios tienen ciclos de vida que ponen en jaque toda empresa, como lo describió Schumpeter en los noventa. Cuando se trata de empresas familiares parece haber factores adicionales que condicionan las posibilidades de éxito. Cuando se trata de una empresa en manos de su fundador, o un sucesor, que apostó toda su vida a ella, y que haciendo lo que hacía fue exitoso, es muy difícil que pueda cambiar el enfoque de sus negocios ante un entorno cambiante que exige muchas veces un cambio de enfoque radical de lo que se venía haciendo e invirtiendo. Y si bien la madurez en el ciclo de vida se ve reflejado en un estancamiento en el crecimiento y mermas en la rentabilidad, la mayoría tiende a seguir poniendo foco en lo existente, como un perro que se muerde la cola, por la dificultad de admitir que eso que los condujo al éxito hoy puede llevarlo al fracaso.

Dar lugar al ingreso de nuevas generaciones puede ser una oportunidad para traer aires nuevos. Siempre y cuando puedan construir un liderazgo auténtico, a partir de recrear la visión y encontrar su manera única y personal de dejar huella, como lo hicieron oportunamente sus antecesores. En esos casos es motor de innovación y recreación del negocio. Si quedan encerrados en la imitación del líder que suceden y en la repetición acrítica de su manera de llevar adelante el negocio, será muy difícil legitimar el lugar que ocupan e impulsar la innovación que toda empresa necesita, cada vez en ciclos más cortos y más dinámicos.