Cuando pensamos cuáles son las principales tareas que tiene que llevar adelante quien gestiona, sea un emprendedor, una persona que lidera un área en una empresa o el dueño de una PyME, hay dos cuestiones claves que parecen englobar la mayor parte de ellas. Por un lado, la toma de decisiones y por otro, el “hacer que otros hagan”. Es decir, comprometer a los equipos de trabajo en llevar adelante esa decisión.
El contexto actual a partir de la pandemia puso en primer plano las principales tensiones que esto conlleva, tanto en lo que hace al día a día y la supervivencia, como en el saber redefinir el rumbo y aprovechar las oportunidades del entorno por más magras que a veces nos parezcan.
La fantasía de todo aquel que comienza a gestionar es pensar que estas tensiones se resolverían si tuviese más personas que lo acompañen, más dinero o más tiempo. Si embargo, la tensión propia de la toma de decisiones es que siempre debemos lidear con una sábana corta. De eso se trata la gestión. Porque siempre los recursos con que contamos para desarrollar lo que buscamos hacer son, tarde o temprano, escasos y limitados.
El tiempo, el dinero, las personas involucradas, los riesgos en juego entran en tensión en cada decisión, no sólo en pos de lograr los resultados que esperamos sino también en términos de impactos que puedan generar estas decisiones en lo social, económico y medioambiental.
Asumir la responsabilidad sobre nuestras decisiones implica estar dispuestos a explicitar los puntos de vista que la guiaron y rendir cuentas a todas las partes involucradas.
Por eso es clave aprender a analizar los diferentes aspectos en juego, sin reducirlo a un único punto de vista o factor. Tenemos que abrazar la incertidumbre y la complejidad en tanto inevitables y aprender a navegar sus aguas. Para eso es fundamental que el proceso de decisión involucre plenamente a los demás de manera directa o indirecta. Pensarlo como una construcción conjunta más que una tarea solitaria, aunque sea de quien dirige la máxima responsabilidad.