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Cómo pensar un plan educativo desde una perspectiva de género

Los programas de formación son claves para reducir brechas laborales y mejorar la presencia de mujeres en ciencia y técnica.



Sobran los motivos, los derechos de las mujeres están en primer plano.

Sin embargo, el que se hable de la temática y la coyuntura que la rodea no garantiza avances concretos en materia de igualdad de género. Sí, es preocupante, porque es uno de los desafíos más importantes que tenemos para impulsar la inclusión social, económica y política de todas las personas, sin importar de su edad, sexo, discapacidad, raza, etnia, origen, religión, situación económica o cualquier otra condición.

En lo que hace a la participación económica, según informa la Organización Internacional del Trabajo (OIT), a nivel mundial, el porcentaje de mujeres que participan en la fuerza laboral está disminuyendo. Es parte de un retroceso que afecta a todas las personas que hoy se encuentran laboralmente activas, aunque quienes se encuentran más afectadas son las mujeres, quienes en promedio tienen menos probabilidades de conseguir trabajo. A nivel global, en 2018, la participación femenina fue de 48,5% mientras que la de los hombres indica el 75%.

Esta brecha puede explicarse a través de múltiples factores. Sin embargo, hay cambios que están comenzando a debatirse y visibilizarse como el aumento del número de años de escolaridad. Una iniciativa que resulta positiva y que, en mi opinión podría ser un importante motor del cambio cultural. La educación puede y debe ser un instrumento de toma de conciencia sobre los problemas que enfrentamos como sociedad debido a que contribuye a que cada individuo tome la propia decisión de trabajar para un cambio . En esto hay una esperanza.

Sin embargo, este incremento se ve empañado por la baja participación de las mujeres en los campos de la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, patrón que también explica esta brecha,, en específico en las profesiones del futuro y las áreas más activas de demanda laboral actual. La automatización, que afecta en mayor medida a las mujeres, y que implica pensar en la reconversión laboral de ellas, también son factores que pueden generar una explicación profunda y conceptual.

Respecto a estos puntos, la educación tiene una responsabilidad insoslayable en todos los niveles. Los puestos de trabajo que ocupan las mujeres de manera masiva, como es el caso de tareas administrativas y de atención al público, tienden a desaparecer, mientras que el mercado laboral tiene una sobre demanda de puestos para los cuales las mujeres no tienen las competencias para ocuparlos. Debemos repensar cómo los estereotipos de género que atraviesan la enseñanza ponen en jaque la inserción laboral de las mujeres. Directivos y docentes deben ser conscientes de estos sesgos para poder trabajar sobre ellos, así como también son necesarias las campañas masivas que ayuden a la toma de conciencia en todos los ámbitos sociales. Las empresas pueden contribuir a esta tarea de diversas maneras, interactuando con estado y sociedad civil.

En ese sentido, no sólo se trata de garantizar mayores años de escolaridad a las mujeres sino de repensar el proceso escolar desde una perspectiva de género. El acceso por sí mismo es importante pero no suficiente para el empoderamiento económico de la mujer.

Hasta el momento, según la OIT, el acceso a niveles superiores de educación y el logro de una mayor igualdad en la cantidad de años de formación entre hombres y mujeres no tuvo un impacto directo en el mercado laboral.

Esto no quita que muchas mujeres hayan podido traducir esos logros educativos en una mayor participación política y económica. En Argentina, un caso emblemático son las primeras maestras surgidas de las Escuelas Normales lideradas por aquellas americanas que llegaron al país para fundarlas. Allí, aprendieron no sólo el oficio de enseñar, sino que además, tomaron conciencia de sí mismas como protagonistas del cambio social. Abandonaron pronto las aulas para ser las primeras médicas, ingresando a la Universidad a puro coraje y por la ventana. La universidad y la profesión fueron el puente que las llevó a crear los primeros movimientos feministas de nuestro país y a luchar por la plena participación política, a través del voto y del escaño.

Hoy el espacio universitario también tiene un rol crucial; formar personas que se comprometan en sus ámbitos de actuación e impulsar la diversidad; que lleven adelante acciones concretas, esos pequeños pasos que se consolidan tras un objetivo que es muy difícil de lograr en los hechos.

Se habla mucho del tema y esto es positivo. Pero no debemos creer que es suficiente. Corremos el riesgo de que llegue el aquél punto de declive y cansancio; que pase la moda; que se confundan los avances en el debate con los que expresan los datos. Hoy, a los problemas descriptos, se suma que la brecha salarial global entre mujeres y hombres se está ampliando. Según un estudio 2017 de Briony Harris para el Worls Economic Forum (WEF), el promedio anual de ingresos para mujeres fue de USD12.000, mientras que el de los hombres era de USD21.000. Hay más mujeres en la economía informal que hombres, que, en consecuencia, impactaen la cobertura social y en los niveles de pobreza, y los nuevos sectores económicos fruto de la tecnología que, lejos de crear nuevas reglas de juego, reproducen las brechas.

En este contexto, al compromiso de la formación con perspectiva de género como eje transversal, las universidades suman dos roles muy importantes. Por un lado, la investigación y la divulgación de información relevante y fundamentada en lo que hace a la autonomía del cuerpo, el empoderamiento económico y la participación en la toma de decisiones. Por otro, la formación y promoción de los agentes de igualdad en todos los ámbitos, como está sucediendo en varios países comprometidos con esta agenda, para facilitar un cambio que requiere trabajar sobre diferentes aristas del problema, de manera simultánea y sostenida. De lo contrario, corremos el riesgo que al final del día sea mucho ruido, y pocas nueces.


Laura Gaidulewicz, Directora Binden Group.


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