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Empresas y personas en la pandemia: cambios organizacionales y sociales que vinieron para quedarse

Diciembre 2019 se vuelve en mi memoria mucho más lejano de lo que solía percibir en otras ocasiones el cierre del año anterior. Siento que algo se quebró a partir de la primera pandemia que se desarrolló en un mundo donde los desplazamientos a lo largo del planeta se daban a una velocidad sin precedentes.


Desde la antigüedad los humanos buscamos ir de un lugar a otro, por curiosidad o por necesidad. Por propia voluntad o huyendo. La globalización trajo la esperanza de un mundo sin fronteras en el que las culturas se entremezclan, y con conflictos, marchas y contramarchas, e importantes impactos en el medio ambiente y en lo social, varias décadas fueron consolidando ese mundo móvil.


Según la ONU, en la actualidad, el número de personas que vive en un país distinto del de nacimiento es mayor que nunca y alcanza 272 millones según los datos del 2019, más de un 20% más que en el 2010. Por otro lado, en 2019 se registraron 1500 millones de llegadas de turistas internacionales en el mundo. A veces pienso que vistos desde lejos hace un año atrás nos pareceríamos a interminables filas de hormigas que recorren de un lado al otro el planeta.


Esa imagen se volvió de repente desierto. El encierro ganó nuestras vidas y el desplazarnos se convirtió en una aventura peligrosa. El virus no nos buscaba; nosotros salíamos a buscarlo. ¿Alguien desea ir a buscar un virus que funciona como ruleta rusa? Aceptamos todos, convencidos en menor o mayor grado, que quedarnos en casa era la única alternativa.


Y en casa, esta pandemia nos encontró a gran parte de los humanos con un celular en la mano y el poder que cocrear mensajes cuyo alcance y velocidad de transmisión no lo podría soñar ni el más chismoso. Aprendimos que el mundo seguro para desplazarnos, encontrarnos, aprender, trabajar, compartir, estaba en lo virtual, al alcance de un clic.


Las casas pasaron a ser refugios. Nuestro búnker. Para otros, una prisión. ¿Por qué una prisión? ¿Para quiénes su casa no tenía olor de hogar? Para aquellos que encuentran en otros espacios una mejor calidad de vida que la que encuentran en sus cuatro paredes. Para los que sólo pueden acceder a una herramienta tecnológica adecuada en la organización en que trabajan o en la institución en que estudian. Para quienes pueden “olvidarse” por un rato de situaciones difíciles que atraviesan en sus hogares y dedicarse un tiempo para conectarse con otras realidades. Para los que conviven con su potencial agresor. También para aquellos cuyas oportunidades de compartir con otros están fuera de su hogar. Y especialmente para los niños, que están comenzado a conocer otros mundos ajenos a su hogar, o para los ancianos, que no quieren que sus últimos recuerdos del paso por la vida sean en soledad, sin caricias ni paseos. Para cada uno de ellos la pandemia los obligó a enfrentar cara a cara el lado más difícil de su realidad cotidiana tras los muros, algunos muy precarios, de sus viviendas.


Además resignificó la privacidad. Nuestras casas entraron en primer plano vía zoom, meet o la herramienta de turno en el ámbito laboral o educativo. Y esto expuso, de manera repentina y quizás no buscada, aspectos de la vida cotidiana que muchos no estaban dispuestos a compartir con sus colegas o compañeros.


Esto conllevó también la oportunidad de “blanquear” lo que todos conocemos: la importante carga de trabajo que involucran las tareas de cuidado y la crianza, sobre todo para las mujeres. Puso sobre la mesa las desigualdades de género que aún existen respecto a este punto, como así también las precarias condiciones de vida que atraviesa la mayor parte de la población de nuestro país en términos de acceso a tecnología, a vivienda, a bienes y servicios básicos, a niveles adecuados de bienestar y calidad de vida.


Claramente lo que vivimos durante este año tuvo y tendrá un impacto muy importante en nuestras sociedades, tanto en lo que hace a nuestra vida cotidiana, que en parte habrá cambiado para siempre, como así también en la forma en que se configuran de ahora en más los Estados, el mundo del trabajo, los negocios, la salud y la educación.


En lo que respecta a las empresas, muchas de las consideraciones relativas a repensar la organización del trabajo, no debería pasar por alto el impacto de las desigualdades sociales. Es clave tenerlas en cuenta al momento de tomar decisiones. El trabajo remoto, por ejemplo, va a ser una práctica que sin duda ha venido para quedarse, adoptando diferentes formas. Va a requerir entonces entender en qué condiciones cada colaborador puede trabajar desde su hogar (no solo materialmente). Para eso es fundamental abrir espacios de escucha franca que ayuden a detectar si cuenta con un ámbito en que pueda sostener las responsabilidades y tareas que se le demanda.


Un aprendizaje que nos deja la pandemia para abordarlo es tomar conciencia de que las políticas de amplio alcance y a largo plazo no son la herramienta más adecuada para surfear la incertidumbre. Se necesita abrir espacios para que el otro pueda decir lo que le pasa y aportar ideas, y crear condiciones para co-construir decisiones y acciones que vamos a ir reperfilando con el aporte de todos.


Seguramente necesitemos diferentes respuestas para resolver las problemáticas que tienen “los colaboradores”, y pensar estas respuestas exclusivamente en función de su tarea o su rango no alcanza. Hay dimensiones más personales e individuales que la empresa no debería dejar de atender. Es más, es clave que las aborde de cara a la agilidad que hoy requieren los negocios.


En este sentido, cuando hablamos del valor de promover entornos inclusivos en los que la diversidad pueda ser expresada, la pandemia nos interpela a que no sea sólo un lema. A vivirla en nuestro día a día, entendiendo que las relaciones puramente transaccionales con proveedores, clientes, empleados, entre otros actores relevantes, se vuelven letales para dar respuesta en un entorno en el que no hay hoja de ruta predefinida y en la que lo único que nos guía es la claridad en el propósito y la convicción en los valores que abrazamos. Cada decisión en contextos de innovación permanente requiere el trabajo conjunto de todos los involucrados, desde un lugar de genuina y honesta contribución. Para eso cada uno de nosotros debemos sentirnos en nuestros ámbitos de trabajo de verdad seguros y valorados.


Por otro lado, la virtualidad, además de poner al descubierto las diferencias en nuestros mundos privados, trajo en los equipos un fenómeno importante de democratización en las mesas de decisión. Todos somos hoy un rectangulito más en la foto de zoom. Ya no hay cabecera de la mesa que distinga a quien preside, ni es fácil ostentar poder con la vestimenta o con gestos grandilocuentes al ingresar. Hoy somos un avatar de medio o primer plano cuyo capacidad de influencia está en nuestras ideas y nuestras palabras.


Para las empresas esto puede ser una gran oportunidad de oír nuevas voces y crear conversaciones diferentes. Pero ello requiere construir una cultura de trabajo virtual en la que todos tengan oportunidad de participar, sintiéndose cómodos y respetados. En este punto es sumamente importante también estar atentos a los sesgos de género, que afectan la voz de las mujeres. Según un estudio realizado por Deborah Tannen, profesora de lingüística de la Universidad de Georgetown, muchas de las desigualdades que ocurren presencialmente, pueden empeorar en las conversaciones en línea, incluyendo el tiempo de conversación, la duración de las pausas entre los oradores, la frecuencia de las preguntas y la cantidad de conversaciones interrumpidas. Varios estudios de Harvard se suman en esta línea. Por eso es fundamental estar conscientes de estas problemáticas y trabajar activamente sobre ellas.


La virtualidad abre también, en pos de potenciar entornos más inclusivos, la posibilidad de sentar a la mesa de decisión con bajos costos y alta asiduidad a personas que viven en diferentes partes del país o, en empresas globales, entre personas localizadas en diversos países. Si bien esta es una práctica que las compañías ya venían realizando, sobre todo en el sector de IT, hoy es una oportunidad de expandirla y fortalecerla, contando con antecedentes claros de que es viable y funciona, aún en contextos de mucha incertidumbre y presión emocional.


¿Cuáles son los desafíos que resta resolver en caso que los riesgos del contacto físico se extienda por varios años, al menos de manera intermitente?


Creo que uno de los más críticos va a ser pensar cómo hacemos para mantener el involucramiento y la cultura propia de la empresa entre empleados con bajo contacto presencial. Seguramente mucho podamos aprender de las compañías de venta directa cuyo core de negocio lo ha incluido desde siempre. Lo importante es no perderlo de vista, ya que los símbolos y las prácticas en las que gira la identidad corporativa y que nos hacen sentir parte de ese mundo, expresándose en determinado layout de los espacios de trabajo o en pequeños rituales del día a día que impregnan los climas de trabajo, deberán ser recreados de otra manera para aquellos colaboradores que se desempeñan casi exclusivamente de manera remota.


Por otro lado, considero que va a ser clave impulsar desde las empresas una cultura del autocuidado y el cuidado de los demás que se extienda más allá de los espacios de trabajo. De nada sirven los exhaustivos protocolos que cumplen las empresas si su gente asume situaciones de riesgo innecesarias. La autonomía y el hacernos cargo de lo que hacemos y sus consecuencias requiere madurez y aprendizaje, sobre todo en culturas más verticalistas o paternalistas.


Junto con otras instituciones, la empresa puede ser un actor central para promover en toda su red de valor la importancia de actuar responsablemente en cada esfera de nuestra vida. Es necesario, especialmente desde la formación y la comunicación, potenciar la toma de conciencia sobre el impacto de nuestras acciones, directo e indirecto, en tanto miembros de una comunidad.


Fortalecer esta conciencia es la base no sólo para poder mantener el contacto cara a cara en los trabajos para los que es imprescindible hacerlo. Es también fundamental para que nuestras sociedades puedan seguir funcionando en todos sus aspectos y para dar respuesta, sin riesgos innecesarios, a una de las necesidades más básicas de los seres humanos, que es el contacto entrañable con los demás.

Laura Gaidulewicz, Directora de Binden Group.

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