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Mentoring: cuando el pozo canta


- Es extraño – le dije al principito –, está todo listo: la polea, el balde y la cuerda...

Rió, tocó la cuerda, jugó con la polea. Y la polea gimió como gime una vieja veleta cuando el viento estuvo mucho tiempo dormido.

- Oyes – dijo el principito -, hemos despertado al pozo y él canta...

Antoine de Saint-Exupéry


Hay muchas definiciones sobre el mentoring. De hecho, la práctica de mentoreo existe en occidente desde la antigüedad. Su nombre alude a Mentor, a quien Odiseo le confía la educación de su hijo Telémaco. Por eso, generalmente cuando hablamos de mentoring, se alude a una relación asimétrica entre dos personas en la que la más experimentada da apoyo, orientación y asesoramiento. Para mí, cuando realmente funciona, despierta el pozo -como dice el principito-, lo que tenemos escondido (nuestros sueños, nuestros miedos, nuestras huellas) sale a la luz a través de ese vínculo con otro que nos ayuda a ponerlo en movimiento; y el pozo canta. Lo que estaba dormido en nuestro interior se pone en palabras, logra sentido, nos invita a bailar.


Esos vínculos únicos, han sido la manera de formanos entre los seres humanos más antigua. A veces creemos que la escuela, como la conocemos hoy, existió desde siempre. Pero en verdad la educación institucionalizada y masiva en occidente es una creación moderna, es decir, de poco más de dos siglos. Las prácticas educativas a lo largo de la historia han sido más parecidas a esa relación de discípulo y aprendiz que cuenta la Odisea, que Platón nos relata en sus textos sobre Sócrates, o que Roseau plasmó en El Emilio.


Los antecedentes históricamente más significativos a nivel global que nutren las actuales prácticas de mentoring incluyen la tradición gurú-discípulo practicada en el hinduismo y el budismo como así también los sistemas de discipulado practicados por el judaísmo rabínico y la iglesia cristiana.