La resiliencia es una palabra que me identifica. Quizás por crecí en medio de relatos de sobrevivientes a la guerras. Tal vez por las situaciones personales que marcaron mi historia. Siempre creí que el mundo era para "los resilientes", porque es allí donde la valentía cobra sentido y no es sólo puro coraje.
Y la resiliencia poco tiene que ver con las emergencias. Las empresas se esfuerzan para estar siempre preparadas ante las emergencias. Ante aquello que puede funcionar mal. Ante el error. Para eso generan procesos y protocolos que guían el accionar ante las emergencias y para resolver lo que funcionó mal o subsanar el error que se cometió. De esto se trata la mejora continua.
Pero en un mundo de alta incertdumbre, donde el factor sorpresa reina y es motivo de ansiedad, de parálisis o de respuestas impensadas, la resiliencia cobra primer plano. Es esa capacidad de transformarnos positivamente a partir de sobrevivir acontecimientos impredecibles y traumáticos.
Para lo inimaginable, inminente y sorpresivo las empresas no están preparadas. Básicamente porque las personas tendemos a transitar la vida como si pudiésemos controlar el futuro y prever los acontecimientos. Y es así porque generalmente nos funciona momentáneamente, aunque el destino más tarde o más temprano siempre nos da un cachetazo para enfrentarnos a la realidad. Hoy ese cachetazo cobra forma de pandemia.
Si hay algo que nos puede dejar como aprendizaje (tanto a nivel de las personas como de las organizaciones) lo que estamos viviendo con la pandemia del Covid-19 es desarrollar y fortalecer la capacidad de resiliencia.
Para ello es fundamental la responsabilidad de quienes lideran, ya sea a la hora de comprender las circunstancias que transitamos, como de tomar decisiones sobre ellas. La resiliencia es una capacidad que acompañó la humanidad desde sus comienzos y se plasmó en relatos de héroes y sobrevivientes. Colectivamente, la resiliencia demanda a quienes lideran prudencia.
La phrónesis para los griegos, que traducimos como prudencia, es la capacidad de contemplar en las decisiones los diferentes puntos de vista que involucra una situación, ya que nada obtenemos tensando el conflicto y viéndonos como enemigos con posiciones irreconciliables. Sólo nos lleva a la autodestrucción, como enseñó Eurípides a su pueblo en Las Troyanas.
Sin embargo, en la cultura actual, y especialmente en los negocios, la prudencia ha tenido mala prensa. La asociamos a tibieza o debilidad. Nada más lejos de su sentido original. Es esa prudencia que exige contemplar la complejidad de todas las cuestiones en juego en cada decisión lo que hoy tenemos que revalorizar como sociedad global.
Hoy, asumir la responsabilidad que a las organizaciones y a las personas nos toca, nos enseña a pensar “fuera de la caja”, a sobreponernos a las circunstancias, a tomar conciencia de que la respuesta requiere de todos, guiados por la fuerte convicción de salir fortalecidos en nuestros aprendizajes y en la capacidad de enfrentar aquello que jamás podremos prever ni controlar.
Estamos frente a una situación que nos interpela a nivel individual y colectivo. Es frente a la incertidumbre y la urgencia que los valores cobran protagonismo. Es a ellos que debemos aferramos como respuesta, en cada priorización, en cada decisión. Valorar nuestra vida y la de nuestro prójimo, cuidándose y cuidando, sabiéndonos aunados en nuestro destino hace al bienestar de las sociedades desde siempre, aunque de a ratos la ambición y la especulación nos hagan olvidarlo.
En estos momentos tenemos la oportunidad todos de ponerlo a prueba y de demostrar empresas, ciudadanos y gobiernos que estamos a la altura de lo que la realidad nos demanda. Resiliencia, responsabilidad y clara conciencia de los valores centrales de la humanidad.
Laura Gaidulewicz, Directora de Binden Group.
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